Estrenamos nuestra sección de Firmas invitadas con un artículo sobre lectura digital a cargo de Rubén Sáez Carrasco, director y CEO en España de TándemLab Marketing y experto en digitalización.

Son muchas las voces que, desde hace ya unos años, se empeñan en hablar negativamente de la lectura digital y los dispositivos que la posibilitan. Todas las semanas aparecen aquí y allá sesudos artículos que nos advierten contra los excesos tecnológicos de esta era que nos ha tocado vivir, haciendo relaciones entre lectura digital y analfabetismo, embrutecimiento, ausencia de aprendizaje profundo, incapacidad para la retención de significados… En fin, una especie de revival de las siete plagas de Egipto adaptadas a este nuevo catastrofismo New Age en el que vivimos.

Nicholas Carr, autor de Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (editado en España por Taurus) ya nos advertía allá por el 2011 contra los efectos de la lectura digital o en pantallas, una de las ramas del contexto internético en el que nos encontramos. ¿Las otras? Seguro que les suenan: los mil y un aparatitos teckies, las redes sociales, nuestra hiperconectividad, los hábitos mutipantalla, la superficialidad del conocimiento adquirido en la World Wide Web, las fake news… en fin: todo, los mismísimos nueve círculos del infierno de Dante. Aunque para ser justos con el bueno de Carr, hay que decir que su libro no es del todo un clamor apocalíptico y que, además de su denuncia del creciente utilitarismo cibernético, acepta que los saltos tecnológicos son inevitables, declarándose fan y usuario compulsivo de Internet.

Otro cantar es el reciente trabajo de la neurocientífica Maryanne Wolf, publicado por Harper Collins el pasado agosto. Nos referimos a Reader, Come Home. The Reading Brain in a Digital World, un libro epistolar donde la autora, como si de una especie de moderna Pablo de Tarso se tratase, se dirige a nosotros, pobres lectores, para explicarnos sus angustias ante los cambios, estos sí catastróficos, que la lectura digital ya está teniendo en nuestras formas de conocer el mundo y, sobre todo, en los mecanismos cerebrales de los más jóvenes. La tesis del libro es una extensión de un trabajo anterior, también inédito en España, Proust and the Squid (en español, Proust y el Calamar), donde explicaba cómo la lectura cambia inevitablemente y para bien nuestra manera de pensar y sentir. A partir de dicha tesis, por lo demás incontrovertible, la autora se pregunta si los nuevos modos de leer afectarán a la capacidad de aprehensión de conocimiento de las nuevas generaciones, planteando serias dudas sobre el futuro de nuestro pensamiento crítico y nuestra capacidad de empatía. La digitalización, parece, nos abocaría a una suerte de robotización mental.

Uno de los aspectos más interesantes del libro de Wolf, además de central en la formulación de sus nada halagüeñas concusiones, es la reflexión sobre lo que denomina “lectura profunda”, que podríamos definir como la capacidad de adquirir y construir sentido a través del acto de leer. Como ya adivinarán, la autora no parece creer que nuestra humanidad sobreviva del todo a la actual invasión digital, aunque en el fondo abuse de un argumento atractivo pero falaz, y por lo demás repetido hasta la saciedad por expertos de toda ralea: la lectura digital impide la verdadera lectura, la lectura comprensiva y transformadora, esa que sí aparece, por lo visto mágicamente, con los libros en papel. ¿Y por qué es falaz?, se preguntarán. Muy sencillo: el argumento parte de un a priori claramente sobredimensionado: no es cierto (no puede serlo) que todo lector en papel esté realmente capacitado para una lectura profunda. Si me apuran, incluso, cabría afirmar que la gran mayoría de los lectores no lo estará jamás pues, como bien apunta Jeniffer Howard, en su reseña para el Washington Post, “la capacidad de leer bien nunca ha sido universal”.

Pero hay también voces más sensatas o, si lo prefieren, menos catastrofistas, como la del escritor británico Will Self, autor de un reciente y extenso artículo en la revista Harpers donde defiende que la transformación digital no solo es necesaria sino también un camino sin retorno. En su opinión, la transformación que la lectura y la escritura están experimentando no difiere de la ya ocurrida en otros sectores y ámbitos de la vida social y cultural, como por ejemplo en la música, donde los distintos soportes de reproducción no han terminado con nuestra capacidad de disfrutar un buen directo, y donde las máquinas han contribuido al desarrollo de nuevos estilos y sonidos de los que nadie sensato se atrevería a decir que son embrutecedores.

Self apunta, asimismo, a una confusión en los términos del análisis, pues, al hablar de los índices de lectura o las capacidades de comprensión de los nuevos usuarios digitales, sean lectores o no, la lectura debe confrontarse con otras formas narrativas más poderosas y atrayentes: los videojuegos, las redes sociales o los servicios de televisión a la carta, como Netflix o HBO. Es ahí donde la lectura encuentra sus verdaderos competidores, y pretender que estamos ante una suerte de final de la narrativa a causa de la imparable digitalización de nuestros usos de entretenimiento y aprendizaje es, sencillamente, no entender nada, pues implica rechazar de un manotazo los nuevos modelos de producción, distribución y economía de escala de nuestro mundo económico, esos que parece que también han llegado para quedarse y que, nos gusten o no, nos obligan a adaptarnos a cambios permanentes en todos los ámbitos de la vida social.

Porque leer en un iPad, un e-book o, incluso, en la pantalla de nuestros smartphones no nos resta necesariamente capacidad crítica ni olfato estético, y bastaría seguramente un pequeño viaje digital por los podcasts de la web Pessimist para comprobar cómo, a pesar de los muchos agoreros que tiene nuestra historia como especie, los ejemplos de falsas profecías catastrofistas son legión. Les recomiendo, finalmente, un libro extraordinario, La revolución de la imprenta en la Edad Media europea, de Elizabeth Eisenstein y editado en España por Akal. Encontrarán allí los miedos, polémicas y discusiones que surgieron con la aparición del diabólico invento de Johannes Gutenberg en 1453, que incluían advertencias sobre el alto coste cultural de las nuevas tecnologías, el impacto sobre los jóvenes, los inevitables cambios en la transmisión de los conocimientos académicos, la tendencia creciente a la uniformidad de pensamiento y la pérdida de perspectiva crítica, la posible vulgarización del conocimiento o la transformación (y vulgarización) de los mecanismos de transmisión de la memoria colectiva. ¿Les suena? No reflejan con bastante exactitud los temas centrales del actual debate sobre las TIC y su influencia en la trasmisión del conocimiento y en las definiciones aceptadas de la sociedad tecnológica.

Así que déjenme que les dé una buena noticia: no hay nada nuevo bajo el sol.

 

Rubén Sáez Carrasco