A punto de iniciar nuestra segunda y mejorada convocatoria de #GenteEléctrica al rededor de la exposición Más allá de 2001: Odiseas de la inteligencia, organizada por la Fundación Telefónica, no se nos ocurre mejor prologo que una charla estimulante con su comisaria, una de las expertas internacionales más relevantes sobre la relación entre arte, ciencia y tecnología. 

Teórica e investigadora, comisaria de exposiciones, escritora, especialista en arte contemporáneo y media art… el currículum de Claudia Giannetti impresiona, pero aún más sus afiladas respuestas vía telefónica a nuestras preguntas sobre la relación de la Inteligencia Artificial con el arte y la creación y los miedos que los avances tecnológicos generan en nosotros, los humanos que habitamos este loco presente tecnológico con aroma de futuro.

¿Hay límites a la Inteligencia Artificial?

Bueno, pare empezar yo diría que determinar la franja temporal de la que estamos hablando es fundamental para contestar a esta pregunta. Porque actualmente hay limitaciones importantes a la expansión de la IA. A modo de ejemplo, citaría al menos dos cuestiones que considero significativas. En primer lugar los condicionantes técnicos, y con ello me refiero a la relación entre velocidad y capacidad de procesamiento, y entre dimensiones del hardware y gasto energético. En la exposición se menciona, de hecho, el caso de Summit, el superordenador más potente del mundo; aunque pueda procesar enormes cantidades de datos con 200 cuatrillones de operaciones por segundo, tiene el considerable inconveniente de su tamaño y consumo energético. Ahora mismo ocupa el espacio correspondiente a dos pistas de tenis, consume 15 MW de energía (el equivalente a 7.000 hogares) y gasta 15.000 litros de agua por minuto en su refrigeración.

Desconocemos cómo la máquina llega a sus resultados. Esto puede ser un gran inconveniente, porque no entendemos qué induce al sistema a tomar determinadas decisiones.

En segundo lugar, está el asunto de los últimos avances de los sistemas de redes neuronales utilizados en lo que conocemos como machine learning. Suponen sin duda un gran salto respecto a las potencialidades de la IA, pero son también un enorme reto. El aprendizaje automático implica el acceso a una enorme cantidad de datos para entrenarse, descubrir patrones y estar en disposición de alcanzar conclusiones. Además, este “aprendizaje profundo” es extremamente especializado y luego está un asunto capital: desconocemos cómo la máquina llega a sus resultados. Esto puede ser un gran inconveniente, porque no entendemos qué induce al sistema a tomar determinadas decisiones. Pensemos, por ejemplo, en los algoritmos utilizados en la conducción automática de coches: ¿no sería un problema ignorar qué tipo de decisiones tomará la IA al volante? Son sólo dos ejemplos, pero existen muchas otras limitaciones si abordamos otros territorios, como las cuestiones ético, el razonamiento consciente… Son temas que una IA está lejos de poder abarcar.

 

Patrick Tresset. Human Study #1, RNP-XIV.a & RNP-XIV.b. Instalación robótica, 2011–2018. Cortesía del autor.

¿Cómo ves actualmente la relación entre IA y arte? ¿Los sistemas de IA pueden crear arte?

Sin duda, claro que sí. Las máquinas dotadas de inteligencia artificial pueden realizar producciones que podemos llegar a considerar como artísticas. La cuestión está en indagar sobre qué entendemos por “artístico”, o incluso cómo interpretamos el concepto de creatividad. Ambos conceptos están subordinados a factores socioculturales y temporales.

Una IA no tienen la capacidad de comprender el significado de los símbolos que maneja. No puede interpretar frases, partituras o dibujos. Por decirlo de una manera más llana, una IA elabora piezas “a ciegas”, sin ninguna intencionalidad.

¿Y puede una IA crear música, escribir un poema o una obra de ficción, es decir, aquellos tipos de producciones artísticas que nosotros los humanos relacionamos con las emociones?

Sí, y de hecho muchos sistemas ya lo están haciendo. Algunos participan o colaboran con artistas en un proceso de auténtica co-creación, y otros lo hacen incluso de forma autónoma. En cuanto a las emociones, es evidente que una IA no tiene sentimientos, y con las actuales tecnologías es imposible lograr algo parecido en una máquina. ¿Qué puede hacer entonces una IA? Procesa información, por supuesto, en algunos casos a una velocidad extraordinaria; puede analizar y combinar datos y, a través de los actuales sistemas de deep learning o aprendizaje profundo, aprender autónomamente de las informaciones disponibles mediante redes neuronales artificiales. Dichas tecnologías permiten que una IA programada para escribir poemas, componer música o dibujar genere outputs o respuestas innovadoras a partir del análisis de la obra existente de uno o varios autores. Sin embargo, y esto es muy relevante, una IA no tienen la capacidad de comprender el significado de los símbolos que maneja. No puede interpretar frases, partituras o dibujos. Por decirlo de una manera más llana, una IA elabora piezas “a ciegas”, sin ninguna intencionalidad.

Patrick Tresset. Human Study #1, RNP-XIV.a & RNP-XIV.b. Instalación robótica, 2011–2018. Cortesía del autor.

¿Estamos lejos, entonces, del primer Mozart artificial?

Desde mi punto de vista, jamás será posible que una máquina de IA se acerque a la grandiosidad artística de un Beethoven, un Mozart o un Goya. Pero tampoco creo que ese sea el objetivo de las investigaciones sobre IA, que en general se centran en cuestiones mucho más pragmáticas y con recorrido comercial.

¿Cuáles son ahora mismo los avances más destacados en IA?

Algunos ámbitos están más avanzados que otros. En el campo de la música, uno de los primeros en ser investigados por los especialistas en IA a partir de la década de los 50 del siglo pasado, los logros son realmente extraordinarios. Para la exposición “Más allá de 2001: Odiseas de la inteligencia”, hemos seleccionado algunos sistemas de IA con diferentes capacidades, como DeepBach, programado para componer corales en el estilo de Johann Sebastian Bach, o Flow Machines, que puede componer canciones en el estilo de los Beatles. Es decir, son sistemas especializados y entrenados en un determinado estilo y autor. Pero lo extraordinario es que una IA puede también aprender el lenguaje musical humano y componer música en “su” propio estilo. Es el caso de Lamus, un proyecto de IA vinculado a la Universidad de Málaga que crea música clásica contemporánea en base a la computación evolutiva, y que es capaz de mutar y perfeccionarse. Sin duda encontraremos sistemas equivalentes aplicados a la escritura o la literatura.

No puede existir una forma de inteligencia igual a la humana sin que exista vida corporal, social y cultural, sin la interacción consciente con el mundo real y basada en el sentido común.

¿Y nuestro miedo a la IA? ¿Está justificado? ¿De dónde surge realmente?

Hay algunos futurólogos que afirmar, quizá con demasiada audacia, que en menos de 50 años tendremos sistemas de IA no sólo equiparables a los humanos, sino mucho más inteligentes, capaces de diseñar a su vez nuevas generaciones de máquinas de IA cada vez más inteligentes, en una especie de auto-perfeccionamiento recursivo. Es decir, serán capaces de hacer todo lo que hacemos los humanos y mucho más.

Sea como fuere, personalmente coincido más con los críticos y escépticos de dichas utopías, pues en realidad carecen de rigor científico y esquivan cuestiones imperiosas. En primer lugar, no puede existir una forma de inteligencia igual a la humana sin que exista vida corporal, social y cultural, sin la interacción consciente con el mundo real y basada en el sentido común. En segundo lugar, una IA debería estar programada para hacer aquello que le ordenemos con total seguridad, transparencia y predictibilidad. No tendría ningún sentido crear sistemas totalmente autónomos que pudiesen llegar a tomar decisiones incontrolables o perjudiciales para las personas. Muchas películas de ciencia ficción, como 2001, han favorecido este tipo de visión y, con ello, cierto temor social respecto a la IA. Y a eso se agrega el miedo a que nuevos sistemas inteligentes puedan sustituir a los humanos en sus puestos de trabajo, o puedan ser utilizados como armamento autónomo en conflictos bélicos o caer en manos de grupos terroristas o gobiernos sin escrúpulos. De hecho, nuestros recelos están en realidad más relacionados con la desconfianza respecto a los actos o intenciones de aquellos que producen o controlan las investigaciones en IA. No es un miedo a los sistemas inteligentes propiamente dichos.