Ha pasado ya un mes desde que cerramos #UnMisterioEnBuscaDeAutor, nuestra lectura de Casa Luna, y ya iba siendo hora de pararnos a charlar con tranquilidad con su autor, el escritor ubetense Miguel Pasquau, para desentrañar algunos misterios sobre la historia de su posible alter ego literario, Marcos Fortuño, pero también para preguntarle por los secretos de un escritor que crece en cada novela, consolidando una voz genuina y literaria que, en Casa Luna, plantea una búsqueda en forma de enigma literario y un diálogo hondo con otras voces, otras novelas, otros autores. Con todos ustedes: ¡Miguel Pasquau Liaño!

 

Recuerda que yo no existo se publicó en 2014. Un año después, tu segunda novela, Cuando siempre era verano. Y en 2016, Casa Luna. Tres años, tres novelas. ¿Se trataba de proyectos trabajados desde largo o es Miguel Pasquau el escrito más rápido del Oeste?

Al contrario, “más lento que el caballo del malo”, como decíamos en mi pueblo. Mi media es de cinco años por novela. Y me gusta que sea así. Cada novela se toma generosamente su tiempo, te acompaña una época. Es bueno escribir sin prisa, sin que nadie esté esperando a que termines, porque así le das oportunidad de que le pasen cosas que no habías previsto, al compás de lo que a ti te ocurre en ese tiempo. Te da también tiempo a depurarla, a dejar sólo las cosas que resistan ahí “varios años”, a descartar ocurrencias fugaces. Si tardan en escribirse, las novelas son porosas. Las que se escriben en una temporada, son novelas cerradas, impermeables. Cuando empecé a escribir Casa Luna todavía faltaban años para que se publicase Recuerda que yo no existo. Pero es verdad que el ritmo de publicación ha sido vertiginoso

 

Mentira y ficción son dos conceptos o ideas centrales en Casa Luna. ¿Son para ti sinónimos, dos caras de la misma moneda? ¿Cómo las definirías? O dicho de otro modo: ¿Cómo se relacionan mentira, ficción y verosimilitud en tu literatura?

La mentira y la verdad son rivales; en cambio, la ficción puede llevarse bien con la verdad. Esa es la clave. A mí me fascinan las posibilidades de la mentira, y cómo equívocos, malentendidos o tergiversaciones pueden inducir comportamientos, provocar guerras, influir en la vida y la muerte. Estoy seguro de que la Historia está llena de mentiras que jamás descubriremos. Cada vez que muere alguien, van a la tumba verdades que han quedado para siempre aplastadas por mentiras. La mentira es muy literaria. La ficción, sin embargo, es o puede ser una forma de reflejar la verdad. ¿Es la mentira una parábola? ¿Lo es un cuento? ¿Es falso un espejismo? Porque un espejismo “existe”, es un fenómeno de reflexión lumínica que anticipa la visión (por supuesto, distorsionada) de algo que es real. En Casa Luna hay una capa de mentiras que atormentan al protagonista porque se siente culpable de ellas. Pero hay una gran ficción que envuelve esas mentiras y le dan un sentido, una explicación que el propio protagonista ignoró durante mucho tiempo. Él vivía en la “realidad” provocada por unas mentiras, y revivió cuando se dio cuenta de que esas mentiras eran algo así como un cuento contado por otro, una ficción magistral que encerraba una gran verdad.

En cuanto a la verosimilitud… Diría que la verosimilitud que importa es la que voluntariamente pone el lector. Es verdad que para eso ha de tener la sensación de que merece la pena. La cuestión no es si el lector se cree la novela, sino si en algún momento decide creérsela. Ahí es donde empieza todo.

 

En algún lugar has contado que hay algo de Miguel Pasquau en Marcos Fortuño o viceversa: sus lugares, esa novela rechazada… ¿Cuánto de Miguel hay en Marcos? ¿Es Fortuño, acaso, un sueño de Pasquau?

Sólo al principio. Digamos que Marcos Fortuño se parece en algo a mucha gente, y también a mí: a la gente que vive dentro de sus posibilidades. Si se fija, en la novela no se dice nada de la infancia ni de la adolescencia de Marcos Fortuño. No se habla de su familia: no sabemos hasta cuándo vivieron sus padres, si tenía hermanos… Es como si apareciera en la vida de repente, en el momento justo en el que podía ser útil. Por eso puede parecerse a cualquiera, porque cualquiera puede endosarle su pasado. También yo. El caso es que empieza a no ser yo (y quizás a no ser nadie) en el momento en que acepta un trato en un despacho de Barcelona. Eso lo abduce, y a partir de ahí ya no se parece a nadie. Tampoco a mí. Sólo se parece a lo que alguien pensó que quería que fuese.

Marcos Fortuño es un doble, tiene un doble, se dobla y se redobla: de hecho, de algún modo, es un heterónimo póstumo, el primer heterónimo póstumo que ha sido inventado.

“Me llamo Marcos Fortuño, pero Marcos Fortuño son otros. Yo solo muevo los labios”, leemos en Casa luna. Es una cita muy sugerente, que aglutina en si misma la idea del doble, de ese “que camina al lado”, en palabras de Jean Paul. Este juego de identidades aparece en muchos autores de gran fuste literario: Poe, Italo Calvino, Borges, Juan José Saer… ¿Es esta novela también un homenaje? ¿Quiénes son los autores de Miguel Pasquau?

Una de las portadas posibles de la novela (el boceto era muy sugerente) reflejaba magníficamente esa idea del doble. Marcos Fortuño es un doble, tiene un doble, se dobla y se redobla: de hecho, de algún modo, es un heterónimo póstumo, el primer heterónimo póstumo que ha sido inventado, que yo sepa. Heterónimo no tiene nada que ver con anónimo: más bien es lo contrario. El anónimo no tiene nombre, el heterónimo es sólo un nombre. Si además es póstumo, significa que pese a estar vivo no puede encontrarse con su autor, y eso tiene que ser desesperante. Esto es difícil de entender sin leer la novela. ¿Es un homenaje? Usted sabe que sí, pero no vamos a decir a quién…

Mis “autores” preferidos se van acumulando. Me gusta pensar que cada lector es un crisol en el que se mezclan, se confunden, dialogan por azar, un conjunto de autores. Nunca la mezcla es igual. Si ese lector alguna vez escribe, está enseñando y dando el resultado de su mezcla personal de autores a ese río desordenadísimo que es la literatura. Cuando lea la próxima novela que caiga en sus manos, piense que es seguro que Shakespeare y Cervantes, por ejemplo, están ahí, igual que es estadísticamente muy probable que el primer peatón que encuentre por la calle sea remotamente descendiente de, por ejemplo, Viriato.

Soy muy pesimista sobre la prensa y la opinión en España. No es ya que haya opiniones sesgadas y sectarias, que haya intoxicación, que haya amarillismo: es más bien que la opinión es un objeto de consumo, y por tanto un gran negocio.

Juegas también con otra faceta que compartís Fortuño y tú: la de opinadores en prensa. ¿Hay en ello una denuncia a los medios de comunicación? ¿Cuál es tu opinión sobre el actual estado de la prensa y la opinión en España?

Tremendamente pesimista. Hay piezas maestras en periódicos y publicaciones, pero no hay cauces para que lo mejor sea lo más influyente. No hay una estructura para que de forma natural se jerarquicen aportaciones, se ordenen debates, se pueda llegar a conclusiones. No es ya que haya opiniones sesgadas y sectarias, que haya intoxicación, que haya amarillismo: es más bien que la opinión es un objeto de consumo, y por tanto un gran negocio. Y ni siquiera nos han enseñado a discriminar, a elegir nuestras fuentes, a organizar nuestra propia resistencia frente al aluvión que nos rodea. Soy muy pesimista, sí, por más que deba reconocer que en algunas ocasiones un buen argumento, una buena idea, sube al marcador por su propio valor. Cierto, eso también ocurre.

 

La autoría es otro de los temas de Casa Luna, una novela que reflexiona juguetonamente sobre las voces de una novela: los personajes, el autor, el narrador… ¿Estamos quizá demasiado obsesionados con el prestigio el nombre, el reconocimiento? Lo que nos lleva quizá a otra hipótesis que aprovechamos para lanzarte, a modo de flecha envenenada. Las novelas, ¿son más del lector que del autor? Es decir, ¿hasta qué punto pertenece Casa Luna a Miguel Pasquau y hasta qué punto es ya de sus lectores?

Lo he pensado siempre. No puede ser de otro modo. Si las novelas son algo, además de la materialidad de un libro, entonces las novelas van cambiando cada vez que alguien las lee. Y no necersariamente es más “real” la novela que imaginó o quiso escribir el autor que la novela que ha leído alguien. Entre otras cosas porque la novela escrita no refleja exactamente a la novela que el autor creyó estar escribiendo. Esto no es un “rollo literario”, más bien es la esencia de la literatura: la literatura es diálogo.

 

¿Cómo ha sido participar en una Lectura Abierta? ¿Crees que nuestra forma de leer ha cambiado con las nuevas herramientas y medios digitales? ¿Qué opinas de las experiencias transmedia asociadas a la literatura y la lectura?

LEA es una magnífica idea, y además una idea muy bien llevada a cabo. Va a tener futuro. Supone un “leer con otros”, y hacerlo con unas herramientas muy bien diseñadas para facilitar ese “más allá” que tiene la lectura: la información, la interpretación, el contraste. Pero es cierto que LEA funciona mejor si los inscritos de verdad están leyendo el libro, o al menos si lo han leído y y lo tienen “abierto”. La Lectura Abierta necesita que, al lado, el libro esté abierto. Quizás eso es lo más difícil, porque exige una disciplina de lectura, y la inmensa mayoría somos muy anárquicos leyendo. Quizás deberían alternarse libros nuevos con libros clásicos y universales. Me imagino una “Lectura abierta” de una gran novela (Madame Bovary, La regenta, La montaña mágica), y pienso que los resultados podrían ser prodigiosos. La Lectura Abierta puede funcionar de maravilla si es una Relectura Abierta.